Escribir, hablar o debatir sobre el fenómeno del botellón nos lleva a posicionarnos en las más divergentes posturas: los más tolerantes, comprensivos y contrarios a las medidas prohibicionistas; y aquellos que lo sufrimos cada fin de semana y estamos en contra de esta práctica habitual de nuestros jóvenes que comenzó hace ya más de diez años y que se ha ido consolidando como oferta de ocio principal de los fines de semana, hasta que se descontrola.
Nuestra preocupación crece, no así la de nuestros políticos y gobernantes, por el consumo incontrolado de alcohol, y otras sustancias asociadas, en nuestras calles y plazas.Permítanme el símil: El tema tiene tela. Y no parece que nadie se atreva a cortarla.
El tan comentado “botellón” y el ocio nocturno de los jóvenes es un fenómeno con posiciones encontradas entre los propios jóvenes, los adultos y los miembros de las comunidades afectadas por el ruido que provocan estas concentraciones nocturnas al aire libre.
Según las estadísticas, unos 180.000 jóvenes se juntan los fines de semana en lugares determinados de todas las ciudades españolas para beber hasta la euforia en el mejor de los casos, o hasta el coma etílico en el peor de los mismos.
Estamos ante un tipo de adolescentes que bebe alcohol porque imita los modelos parentales y sociales. Los jóvenes desde pequeños han aprendido que en cualquier reunión social que se precie, tienen un lugar distinguido las bebidas alcohólicas. Además, la sociedad refuerza esta conducta publicitando las bebidas alcohólicas en diferentes medios de comunicación asociándolas con el atractivo personal, el éxito y otros valores mal interpretados.Otros jóvenes toman alcohol arrastrados por el grupo social en el que se integran y, por carecer de habilidades sociales, no se atreven a decir “no”, o porque necesitan la aceptación del grupo para preservar su autoestima. Quizás la solución no es fácil, pero deberíamos fijarnos en otras ciudades y comunidades que han optado por ofrecer una opción de ocio nocturno alternativa ante el problema del botellón. Desde las direcciones de juventud de los ayuntamientos se organizan otros menús para las noches de los fines de semana: fiestas sin alcohol, se abren las casas de cultura, los polideportivos y las piscinas. ¿Se han planteado nuestros queridos gobernantes en el Puerto de la Cruz esta posibilidad?. ¿Se controlan y sancionan los locales que venden bebidas alcohólicas a nuestros menores? La primera medida es necesaria, pues obviamente si sólo ofrecemos bares y locales nocturnos donde el alcohol está al alcance de cualquiera, no les damos a muchos jóvenes la posibilidad de elegir. En cuanto a la medida sancionadora, existen muchas dudas de si surtirá efecto, ya que todos sabemos cómo un menor de edad puede acceder al alcohol a través de otras personas, que lo compran por ellos.
Ya son las tantas de la madrugada y la fiesta ha terminado para ellos. A algunos el alcohol les ha desinhibido y por el camino cantan su alegría de vivir a los cuatro vientos y a los cientos de vecinos. Los menos protagonizan pequeños actos vandálicos en su retirada. Y, llegado el amanecer, entran en escena los servicios de limpieza para recoger los restos que han quedado sobre los muros, los bancos, las aceras y en cualquier rincón de lo que aún nos empeñamos en llamar nuestra bella ciudad.
Para los vecinos de la zona, la fiesta no ha terminado.
Cada fin de semana vemos como todo sigue igual, todo igual de sucio, todo igual de abandonado, todo igual de descontrolado, todo igual de ruidoso, todo igual de deteriorado, todo igual de meado o vomitado… ¡Todo igual¡
S. Sacramento Dguez.