AYER, (qué rápido y hambriento pasa el tiempo), compré dos libros. “Cartas de un sexagenario voluptuoso”, de Miguel Delibes, y “Los Jefes”, “Los Cachorros”, (dos en uno), de Mario Vargas Llosa. Llevaba también bajo el brazo el ABC de ese día, y más tarde, como hago siempre, o casi siempre, gasté más dinero en un periódico regional. Y me puse a leer. Gratamente. Sentado en un banco de una plaza cercana a mi casa. Niños y madres todavía en los hogares, a lo mejor durmiendo, a lo mejor soñando. A lo mejor sin estar haciendo ninguna de esas dos cosas.
Mario viene acompañándome desde hace muchos años. Muchos. Entro sin avisar en sus libros, descubro maravillas, apaciento mi necesidad de sabiduría y relamo mis heridas. Un escritor frustrado pierde la carne cada vez que descubre que su valle es estéril.
Les prometo que ayer pasé de leer las informaciones relacionadas con el cara a cara de la política hecha en Génova y Ferraz. El periódico me ofreció la posibilidad, como siempre de lunes a domingo, de leer a Ignacio Camacho, y también, como todos lo sábados, -creo-, de encontrarme una vez más con Ignacio Ruiz Quintano. Los editoriales, dos, y la lectura de los otros colaboradores.
Edurne Uriarte, de vez en cuando, me acerca a la pasividad del párrafo. Entiéndase como algo positivo.
Delibes ha sido un hombre agraciado. En tele, en las entrevistas; su voz, su regazo y su caminar ambiental, han provocado en mí las ganas de leer sus trabajos. Ahora que el otro ya está muerto lo puedo decir. Una vez tuve que decidir entre Cela y Delibes, y me quedé con Cela. Me arrepiento.
Leer un sábado por la mañanita, cerca de mi casa, con la familia bien, gracias, y un servidor deslumbrado por el límpido cielo, es la constatación de que la política no lo abarca todo. Qué va. La política es una pequeñez, una oquedad infinitesimal, una voluptuosidad que el ser humano practica, votando y ejerciendo de político, en una sociedad que, cuanto más se aleja de los libros y de los periódicos, más se doblega ante el poder de Ferraz y Génova. O sea, que leer no nos hace libres, ¿o sí?, pero de lo que estoy convencido, es que no nos hace políticos. Y mucho menos nacionalistas