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Desde tiempos muy remotos, las gentes de las islas ofrecían a quien aparecía por sus casa "una taza de café". Aquello era el mayor honor que podíamos hacer al visitante que, aunque no nos gustara demasiado, siempre se intentaba que éste saliera con un buen sabor de boca de nuestra casa. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Hoy en día una taza de café es todo un lujo! A parte de que ya no dedicamos ese ratito a compartir vivencias, problemas, anécdotas con los que se sentaban frente a nosotros para tomar sorbo a sorbo ese "cafesito" hecho con tanto cariño, el precio del mismo sólo nos permite tomarlo a sólas. El sabor de esa convivencia, de ese intercambio de palabras dista mucho de cada uno, porque nuestro tiempo ya no nos pertenece. ¡Ojalá volvamos algun día a saborear un rico café sentados en el Paseo de Martiánez o sin salir de casa, pero sintiéndonos orgullosos de conservar esa costumbre que desde niños la hemos respirado entre fogones.