02 enero 2013

Esplendor decadente



La casa de la Coronela o de la Hacienda El Robado, en la urbanización San Fernando del Puerto de la Cruz, exhibe todo su esplendor decadente y se yergue sobre sus gloriosas ruinas sin que nada haga presagiar, por el momento, que le aguarde un futuro mejor después de transcurridos más de cuatro años desde que fuera pasto de las llamas. Una puerta metálica constituye una barrera infranqueable a la finca que otrora fue reducto de parte de la influencia británica en la ciudad turística y sólo desde un  promontorio o edificios próximos y circundantes se puede contemplar los restos de una factura arquitectónica realmente soberbia al más puro estilo colonial inglés. Su deterioro avanzado se manifiesta, junto a otras piezas arquitectónicas de distinto relieve e importancia, el estado de postración en el que se ha sumido el Puerto de la Cruz en la última década y que se agrava aún más por los efectos realmente devastadores y dramáticos de la crisis económica y también emocional o psicológica. Todo parece indicar que el abandono parece enseñorearse de la ciudad turística de manera irremediable, fruto de decisiones presumiblemente equivocadas, hasta el punto de poner en riesgo la marca del Puerto de la Cruz como destino turístico de primer orden. Ejemplos palmarios de ese esplendor decadente del que hablo están representados en el antiguo Hotel o Casino Taoro, la Casa Amarilla (que fuera sede del primer instituto internacional para el estudio de los primates de Europa dirigido por Wolfgang Köhler), la casona de la familia Tolosa, el torreón de Ventoso y el viejo colegio de Los Agustinos, la Casa Martel, la estructura tapiada y cerrada a cal y canto que albergó a la Estación de Guaguas y que me temo que tendrán que pasar muchos años para que se culmine su reconstrucción y puesta en servicio y todo porque fue resultado de una época en que se invertía sin ton ni son, sin pensar, por ejemplo, en la idoneidad de su emplazamiento, o, simplemente, porque se carecía de perspectiva de futuro.
Las distintas remodelaciones acometidas en el Parque Taoro desde mediados de los años 80 del pasado siglo se han convertido en un saco sin fondo para las arcas públicas de las distintas administraciones, hasta el extremo de que siempre resultarán obras inacabadas, porque ha fallado el mantenimiento y ni que decir tiene que el traslado del Casino Taoro a la costa de Martiánez se ha evidenciado como un error de consecuencias impredecibles y que, en su momento, advertí en uno de mis modestos comentarios y, si no, al tiempo. 
Publicado en EL DÍA de Santa Cruz de Tenerife.