07 junio 2009

Piedad y el tiempo

Soledad Perera
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“El tiempo es el mejor antologista, o el único, tal vez.” (Jorge Luis Borges). La antología también puede tener naturaleza temática y estar relacionada con sucesos reales que han acontecido en el tiempo, desarrollándose en diferentes etapas. Nada queda fuera del alcance del paso del tiempo y nadie escapa de su acción implacable. Éste es el mejor testigo y el más riguroso juez. Como diría el gran maestro Francisco de Quevedo y Villegas “Donde no hay justicia es un peligro tener razón”. Su máxima nos conduce a las consecuencias desastrosas que pueden producir decisiones determinantes sobre los ciudadanos dentro de un ámbito carente de equidad y respeto. Toda omisión posterior a un hecho injusto que no se subsana y conlleva en sí dolor, aislamiento, impotencia y nos aleja del uso y disfrute del Estado de Derecho del que se supone formamos parte, se traduce en un abandono y maltrato flagrante a nuestra libertad y dignidad. La desidia, el olvido y la indiferencia aplicada sobre el sufrimiento de un individuo, por parte de las instituciones responsables, suponen un abuso de poder dentro de la maquinaria de un sistema cuyas herramientas, en ocasiones, desmiembran esperanzas y aniquilan derechos. La asimilación y el reconocimiento de un posible error, desde la cúpula del poder ante esta sociedad, supondrían una enseñanza de humildad para un colectivo que también, en ocasiones, yerra en su proceder. Lo humano se impone por necesidad y lejos de lo humano no queda la humildad. Pero la soberbia es capaz de sepultar destinos y oportunidades y su amplia posibilidad de acción permite que los que estamos a expensas de un sistema que antepone la negación a la imparcialidad, seleccione de forma arbitraria quién y cómo tenemos en esta vida los caminos abiertos y cerrados a una vida digna. Entonces, sólo el tiempo se convierte en el mejor Juez, sobre todo cuando éste ha fallado inequívocamente. Pero aún siendo así, vivimos en silencio la razón que se nos otorga. No hay un pronunciamiento público. Cuesta hasta retroceder para colocar las piezas de un puzzle orgánico en su sitio. La ilusión y la felicidad de antaño, arrebatada conscientemente a ciegas a quienes lo único que pretendían era proteger su derecho a ser feliz, queda en el olvido. Un rosario de consecuencias nefastas enlutecen los senderos. Y no hay mecanismo capaz que haga reaccionar a los altos estamentos para remontar sus propios errores y darles un giro positivo que facilite la reintegración a la estabilidad y serenidad que un día la vida nos ofreció. Ya Cicerón lo afirmaba: “De hombres es equivocarse; de locos persistir en el error”. Error, injusticia, tiempo, razón, silencio… ¿de qué nos sirve la libertad cuando te anclas en las profundidades por la misma acción del hombre? Los resultados de una acción que genera soledad e impotencia y es permitida legalmente desvían una vida y la condenan al silencio más aterrador. Nadie borrará jamás de la memoria sus consecuencias catastróficas y sólo el clamor de un pueblo indignado quedará como testigo de su razón. De una razón que ya se ocupó de discernir a través del tiempo y ha dejado la verdad escrita en una realidad que hoy viste sus días de desesperanza: Una pequeña vida truncada por la insensibilidad de quienes creen que pueden arrebatar la sonrisa de una niña y una familia condenada al sufrimiento, a la que se le ha intentado hasta despojar de todo halo de nobleza y protección respecto a su actitud hacia el ser más vulnerable. Ya Piedad hace ocho meses que está dejando de nuevo su infancia en un centro de menores, envuelta en interrogantes y carente de fe en los adultos se despierta cada mañana resignada ante los desgarros vividos. Al otro lado, las personas que más la han querido, sufriendo su pena y soportando una respuesta desmesurada e inhumana de los que deciden y sellan nuestro pasado, presente y futuro. Y, muy cerca, un pueblo que respira con nuestra impotencia, que habla a través de su indignación, de sus abrazos y de las miles de firmas que se están recogiendo, expresión de un sentimiento unánime de rechazo a la injusticia y de apoyo al derecho a vivir en dignidad. ¿Cuándo se cerrará este interminable capítulo de nuestras vidas? ¿Cuándo la Justicia y las instituciones decidan cerrarlo “artificialmente”, teóricamente y burocráticamente o cuando, a través del tiempo, ya se haya ocupado la vida de exprimir hacia el exterior, si puede, todo el dolor acumulado que ha producido la acción ajena? Y, mientras, en medio de la lucha, estéril o no, nos alimentamos del recuerdo para poder sobrevivir, de ese recuerdo que también hiere pero como afirma J.P. Richter “es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados”.
Copyright. Soledad Perera. Junio 2009.